Fue realizada por el prestigioso portal Infobae, que compartimos con los visitantes de «Emblema». Imperdible.
Hugo Alves es olavarriense. Jugó en las Inferiores de Loma Negra. Integró el primer equipo de la entidad de la Villa Alfredo Fortabat.
Llegó a jugar en la Primera de Boca junto a su hermano Abel.
Fue campeón del mundo juvenil en Japón con la Selección Argentina, equipo que alistaba Diego Armando Maradona.
Retirado como jugador siguió la carrera de DT, dirigió en nuestra ciudad hasta que Ricardo Gareca lo integró a su cuerpo técnico.
Una verdadero ídolo de nuestro fútbol: Hugo Alves.
Formación del juvenil ’79: Sergio García, Abelardo Carabelli, Juan Simón, Rubén Rossi, Hugo Alves, Diego Maradona. Agachados: Osvaldo Escudero, Juan Barbas, Ramón Díaz, Osvaldo Rinaldi, Gabriel Calderón
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Hugo Alves en la Liga de Fútbol de Olavarría con Juan José Vedelini, Javier Frías, Abelardo Carabelli y Mario Paternó.
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LA NOTA DE INFOBAE
La avenida Jujuy mirando al Sur, pasando el cruce con San Juan. Allí donde la cartografía y el catastro no se ponen de acuerdo entre Boedo y San Cristóbal. Un bar, anclado en una esquina, que siempre representa de las mejores escenografías para la charla futbolera. La cordialidad en el saludo, con esa limpieza que decantan los gestos de la buena gente y la natural predisposición para desandar una interesante vida ligada al fútbol.
La actualidad itinerante de Hugo Alves. Con residencia en Mar del Plata y permanentes viajes hacia cualquier punto del país para seguir a los jugadores chilenos, en esta nueva oportunidad junto a Ricardo Gareca al frente de la selección de ese país. El encuentro se dio en un resquicio de esa agenda casi sin sosiego y desbordante de energía con el horizonte en este desafío: “Estoy siguiendo en forma permanente a los futbolistas de ese país. A los que juegan en Argentina, lo hago personalmente, y estoy en contacto con los que están por el mundo, que son muchísimos, para luego pasarle el informe al Flaco, que es el que tiene la palabra final. Estamos muy contentos con esta nueva oportunidad de dirigir una selección tan importante y que debe iniciar una renovación de la gran generación que ganó dos Copas Américas. Tenemos toda una vida juntos, con una amistad que comenzó desde que estábamos en las Inferiores de Boca, donde compartimos muchas cosas, como, por ejemplo, que mi primer auto, un 128 de color rojo, después se lo vendí a él. Ricardo fue un delantero extraordinario, que en Boca fue la máxima figura durante varios años y que no quería irse a River, pero no le quedó otra opción, porque ya llevaba dos años sin renovar contrato y quedaba libre. Creo que hay muchos hinchas que lo marcaron por eso injustamente. Ya estando en su cuerpo técnico, supe que tuvo un par de ocasiones para regresar como entrenador, pero no se dio”.
Hugo había asomado tímidamente en la Primera de Boca, en ese equipo que Juan Carlos Lorenzo armó a su estilo, como un traje confeccionado a medida. Fueron pocos partidos, pero su categoría no pasó desapercibida para el ojo avezado de un sabio en el ámbito de los juveniles que estaba armando un plantel que besaría la gloria: “La Selección la armó Ernesto Duchini, que era un maestro y conocía mucho de Divisiones Inferiores, y luego se sumó el Flaco Menotti, hacia fines del ‘78. Fue cuando lo conocí y me dejó impactado por su sabiduría. En pocas palabras te hacía entender todo fácil y era como que te abría el cerebro (risas). Mi puesto era el de marcador central y un día César me dijo: ‘Usted anda muy bien en esa posición, pero allí tengo a Juan Simón y Rubén Rossi. Me gustaría ponerlo de lateral izquierdo, ya que creo que puede hacer también esa función’. Por supuesto le dije que sí, mientras fuera del 1 a 11, está bien (risas). Desde ese momento, fui polifuncional, actuando en cualquier sector de la defensa y hasta en la mitad de la cancha. Fuimos al Sudamericano en Montevideo, que clasificaba al Mundial juvenil de Japón y en la última fecha del cuadrangular final debíamos ganarle a Brasil. En el segundo tiempo nos dieron un penal y lo fui a patear con 70.000 uruguayos silbando, porque no querían que ganara Argentina. Era tan impresionante lo que se vivía, que no escuché el silbato del árbitro. Tuve la suerte de convertirlo y conseguir el pasaje a la Copa del Mundo”.
Ese Mundial inolvidable, en el que nadie miraba con disgusto al despertador que atronaba en las madrugadas, porque su sonido nos sacaba del sueño natural, para insertarnos en otro, con pátina futbolera, para ver a esos pibes que acortaban, con un juego espléndido, la distancia con Japón. El equipo fue avanzando a paso firme hasta la final, donde se topó con un durísimo adversario: Unión Soviética: “Estábamos impecables y éramos los grandes candidatos, pero arrancamos perdiendo 1-0 hasta que el árbitro nos dio un penal. Y ahí recuerdo una anécdota, porque Guillermo Nimo, por televisión, decía: “¿Cómo puede ser que estando Maradona los penales los pateé Alves?”. Y la verdad es que tenía razón (risas). Como ocurría todas las veces, Diego venía a pedírmelo y yo le respondía: “Rajá de acá”. Era un irresponsable bárbaro (risas). Pude convertirlo, porque fui con mucha fe. Más bravo había sido el que tuve que patear contra Brasil en Montevideo. Yo era el designado, porque Menotti había hecho una competencia entre todo el plantel, en la que llegamos con Diego a la final y se la gané. No teníamos idea de lo que se vivía acá, pero allá fue hermoso ser campeones, con la única lástima de que nos hayan traído tan rápido de regreso. Volamos enseguida, primero a Brasil y de ahí a Argentina en un avión de las fuerzas armadas, para posteriormente viajar en helicóptero hasta la cancha de Atlanta. Nos subimos a un micro que fue por la avenida Corrientes hasta la casa de gobierno, con la gente festejando por las calles. Sin ninguna duda fue el mejor equipo que integré, porque tenía la esencia del fútbol argentino, con pelota al pie, buen juego, paredes y toques, contando obviamente con el mejor del mundo, pero rodeado de excelentes jugadores. Si uno vuelve a ver los videos puede observar que no jugamos una por arriba, siempre la opción era asegurando el balón desde el saque de arco”.
Y nuevamente Maradona en la vida de Hugo. Tras el desencanto del ‘77, el aprendizaje del ‘78 y la gloria del ‘79 con la selección, en el ‘81 llegaba el momento de compartir otro momento que quedaría marcado a fuego: el debut de Diego con la camiseta de Boca: “Estábamos disputando un torneo de verano en Rosario y nos enteramos de la noticia. Pero no solo eso, sino que varios muchachos iban a pasar a Argentinos en parte de pago por el pase y nadie se quería ir (risas). Tuve la suerte de quedarme y ser titular en aquel domingo de su presentación contra Talleres que ganamos 4-1 y fue una locura. Me impactó la cantidad de gente que se quedó afuera. Jugué como lateral derecho y recuerdo que les decía a los compañeros que no lo conocían que había darle siempre la responsabilidad a él, hacerlo sentir importante. Era un plantel con pesos pesados y quizás eso le jugó un poco en contra al principio para adaptarse. En la primera rueda, Miguel Brindisi tuvo un actuación extraordinaria y Diego la rompió en la segunda, en la que salimos campeones. Pero se nos había complicado, al punto que Ferro nos alcanzó y fue cuando la barra se apareció por la concentración con armas y cadenas en una apretada brava. Fue un año de locos, porque terminábamos de disputar un partido del torneo local y nos esperaba un avión en Ezeiza para viajar a cumplir con los amistosos. Cobrábamos el cachet en dólares antes de subir, por eso lloramos tanto cuando se fue (risas). Una vez fuimos a Costa de Marfil, con escala en Sierra Leona, cuyo aeropuerto solo tenía la pista y un galpón de chapa. Cuando aterrizamos, comenzaron a aparecer los lugareños, con sus atuendos similares a los de los indios, a correr a la nave hasta que se detuvo al grito de “Maradona, Maradona”.
Mucho de aquel pibe que llegó a Boca, tras corretear los potreros de Olavarría, permanece en la expresión abierta y noble de Hugo, como cuando cierra sus ojos y evoca el inicio de la historia: “Mi hermano Abel ya estaba jugando en la Primera y me consiguió una prueba para la Séptima División en 1975, cuando estaba en Loma Negra de Olavarría. Por suerte me fue bien, me aceptaron y me quedé a vivir en La Candela, el predio que el club tenía en San Justo. Al año siguiente, ya con Juan Carlos Lorenzo como técnico me hicieron el primer contrato y, en marzo del ‘77, debuté en forma oficial contra Banfield en la Bombonera. El Toto me dejó muchas cosas, no solo deportivas, ya que fue alguien que siempre aconsejó muy bien a los jóvenes. En mi formación, también, fue fundamental que en el plantel estuvieran fenómenos como Pancho Sa o el Loco Gatti, que dentro de la cancha me iba ubicando con sus indicaciones. Fue una emoción increíble ser parte de la lista de buena fe de las dos primeras Copas Libertadores que ganó Boca en el ‘77 y ‘78, junto a mi hermano y como hincha. En total fueron ocho años en la primera, que me generaron un enorme sentido de pertenencia, porque, además, no es fácil ponerse esa camiseta”.
La catarata de títulos que trajo el Toto bajo la manga parecía que iba a ser eterna, pero ante su partida se desató la debacle, en un 1980 para el olvido. La llegada de Diego y la consagración en el ‘81 fueron apenas un espejismo en ese árido desierto en el que estaba inmerso Boca Juniors, desbordado por las deudas que condicionaron al plantel en las temporadas posteriores: “No solo no nos pagaban, sino que nos mentían a cada rato. Recién pudimos cobrar algo cuando llegó la primera parte del dinero por la transferencia de Diego al Barcelona, cuando viví una situación compleja, porque ese mismo día me quisieron asaltar y me salvó la encargada del edificio, que empezó a gritar, cuando se dio cuenta que me estaban tirando agua por debajo de la puerta para que abriese. A fines del ‘84 me fui junto a varios muchachos, con mucho dolor, pero el club atravesaba una crisis enorme. Estuve en Deportivo Español, Guaraní de Misiones, con Pancho Sa de entrenador y más tarde en Defensa y Justicia y Chacarita, donde sentí que era el momento del retiro, un poco cansado de las cosas del fútbol, en tiempo en el que muchos dirigentes incumplían su palabra y no pagaban”.
Esa difícil la hora de decir adiós, en el caso de Hugo la atravesó sin mayores problemas, porque tenía claro cual quería que fuese su futuro, teniendo el capital de los años vividos en la actividad y la capacidad de ver bien el fútbol: “Al poco tiempo de retirarme inicié la carrera de entrenador, enseguida el Flaco también dejó y allí arrancamos lo que siempre habíamos hablado de trabajar juntos como cuerpo técnico. La primera oportunidad fue en San Martin de Tucumán en el Nacional B, donde había muy buenos futbolistas y llegamos a la final, perdiendo con Colón. Fue el paso inicial de una carrera en la que ya llevamos casi 30 años, con la misma pasión. Fue impactante cuando a Ricardo lo vinieron a buscar de la selección de Perú, con el objetivo de un trabajo con la mira puesta en Qatar 2022, pero él dijo que había que apuntarle a Rusia 2018. Allí logramos que ese país volviera a un Mundial luego de 36 años y fue muy fuerte, porque la noche de la clasificación, creo que nadie durmió en Perú.”
Cuando nos acercábamos al momento de la despedida, como si fuese un duende imaginariamente vestido con la camiseta número 10, apareció una vez más Maradona: “Lloré mucho el día que se fue, porque yo tenía el recuerdo de haber compartido un montón de cosas con el mejor Diego. Después ya no lo vi más. Incluso tenemos un grupo de WhatsApp con los muchachos del juvenil ‘79, pero a él no había forma de llegar. Escuché muchas cosas que se dijeron que me dolieron, porque estaba enfermo y nadie se ponía en su lugar. Todo lo que viví con él es imborrable”.
“En mi carrera no me puedo quejar de nada, porque he vivido muchísimas cosas lindas que las llevo muy adentro. Y sigo con esas ganas. Siempre digo que disfruto mucho de ver fútbol y solo me va a dejar de pasar el día que ya no esté más acá (risas)”. Por suerte todavía falta mucho, porque en Hugo sigue encendida la llama de la pasión. La que da años de vida y que, al que la conserva de esa manera, no se le extinguirá jamás.
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